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Dejar ir con amor

  • Foto del escritor: Luis Carlos Velasco Morales
    Luis Carlos Velasco Morales
  • 3 may 2019
  • 2 Min. de lectura

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Mi mami dos años antes de su partida.

El martes 6 de diciembre de 2011 estabamos preparando un informe de un megaproyecto en la Corporación que trabajaba, teníamos que enviar esos miles de folios a la Secretaría de Educación porque ya habíamos terminado actividades.


Durante la mañana de ese día, realicé una llamada a mi mami para saber cómo estaba, cómo seguía pero sobretodo para que ella pudiera habla y así olvidar por minutos ese dolor tan agobiantes que segundo a segundo se la iba llevando. En medio de la conversación ella lloró porque había medio discutido con un familiar, porque según ellos, mi madre estaba haciendo paro solo para que yo estuviera pendiente.


Su llanto era sincero y desgarrador, sin embargo, hice todo lo posible para sacarle una sonrisa. Al final de la llamada, ella me dice: "Hijo, lo quiero mucho, nos vemos en la noche". Para mí fue raro porque realmente eso de manifestar afecto así tan directo pues no era tan normal. Mi respuesta fue: "Mami, tranquila, nos vemos en la noche y yo también la quiero mucho".


Nunca me imaginé que esa llamada iba hacer la última con ella y que aquellas palabras de amor eran una real despedida...


Mi día transcurrió entre cigarrillo, documentos y tablas de excel, hasta que a las 5:12 de la tarde me llamó un policía preguntando por mí y diciendo que fuera a la Clínica Vascular Navarra para tener información de mi madre. En ese momento sentí como el tiempo se paraba, fue como si por un segundo todo se pusiera negro. Luego reaccioné y dije en voz alta: "mi mamá se murió".


Las personas con las que estaban me miraron y me dijeron que fuera a la clínica para saber qué era. Sin embargo, yo ya sabía, algo dentro de mí me decía que así era. Tuve que ir en Transmilenio pues a esa hora era imposible ubicar taxi.


Al llegar a la clínica, sentí la mirada de los celadores, de las enfermeras, de todo el mundo, pero nadie me decía nada. Pasaron unos minutos cuando una de las empleadas de la clínica se me acercó y me preguntó si yo era el hijo de María Morales, al escuchar mi respuesta afirmativa, sus ojos se inundaron de lágrimas y bajando la mirada me dijo: "Ella falleció".


El escalofrio que se siente al recibir la noticia no es posible describirlo, solo sé que lo único que quería era verla. Entré a la sala donde estaba con su camisa rota, pues fue necesario para intentar reanimarla, y mire su rostro, tenía una expresión de paz y de triunfo; una sonrisa leve. La abracé, lloré y agradecí. Entendí el significado de sus palabras en la mañana: "Hijo, lo quiero mucho, nos vemos en la noche".


Doy gracias a mi madre por sus aciertos y sus errores. Tuve la mejor mamá y de verdad me encantaría que estuviera viva en este momento porque sé que ella me hubiera evitado tantos desaciertos.


Te amo, mamá.

 
 
 

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