Siempre me consideré un hombre de paz, que disfrutaba hacer trabajos donde la ayuda al otro era el objetivo principal. Al punto que tuve que tratarlo porque se volvió una entrega desmedida que generó un desequilibrio emocional entre el dar y el recibir. Sin embargo, de unos meses para atrás tuve pensamientos y reacciones frente a los hermanos venezolanos que empezaron a incomodarme al punto que tuve que buscar ayuda profesional para liberarme de estas ideas.
Fue por ello que llamé a mi maestra, terapeuta y amiga Gloria Sierra Uribe, a quien le conté lo que me pasaba. Y como siempre, en su infinita sabiduría, me dijo que tenía que ver a los hermanos venezolanos con los ojos de la compasión porque todos estamos expuestos a ser rechazados, ya sea por condición sexual, social, académica, etc. Realmente al instante no comprendí porque aunque sabía qué significaba esta palabra jamás la había profundizado o si quiera reflexionado.
Pues me bastó un almuerzo con compañeros de trabajo para comprender la profundidad que tiene solidarizarse con el dolor del otro y sobre todo aprender a aliviarlo. ¿Y cómo llegué a esto? Sencillo, sus comentarios homofóbicos y racistas me hicieron pensar en lo mal que estaba.
Ahora entendí cuando mi querida Glorita me decía que todos son nuestros maestros y que hay que sacar el mayor aprendizaje en todo. Aprender con dolor marca para siempre y entender todo el dolor de los hermanos venezolanos me costó revolcarme en mi propio dolor.
Así que una vez aprendida la lección de ver el mundo con compasión es hora de emprender más acciones para, como dice mi Glorita, dejar este mundo diferente a como lo encontramos.